La fe es una totalidad extremadamente rica. Cabe distinguir en ella, pero guardándose de separarlos, aspectos diferentes que integran esa totalidad. En particular, comporta, lo mismo que la palabra de Dios a la que responde como nuestro "amén", un aspecto noético y un aspecto dinámico. En ella, el Evangelio de la salvación es aceptado y conocido, y opera. Según esta doble linea es como ella constituye "el fundamento de las cosas que se esperan y un convencimiento de las cosas que no se ven" (Heb 11, 1). Está claro que su aspecto noético (fides quae creditur) sitúa la fe en el plano de una ortodoxia de Iglesia, plano de la realidad colectiva, objetivable y comunicable, en tanto que su aspecto existencial de principio de conversión y de salvación (fides qua creditur) depende de la vida personal. Pero ambos no podrían ser disociados: se unen en la profesión de fe del bautismo, en la que uno se ofrece a la catequesis de la Iglesia para comprometerse, por la gracia regeneradora de Dios, en el camino de la vida eterna. El Dios vivo revela y promete, la fe en el Dios vivo conoce y compromete.
(Y. Congar, "La Fe y la Teología", 109)
(Y. Congar, "La Fe y la Teología", 109)
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