«Quién y cuán grande es este sacerdote nuestro lo demuestran sus mismas obras y milagros. Toca a los leprosos y no se mancha; pues la lepra, que habría podido manchar al que tocaba, al desaparecer ya no le podía contagiar. Y así como los demás sacerdotes, si tocaban los cuerpos de los muertos, quedaban manchados, este sacerdotes, en cambio, toca a los muertos y permanece puro. ¿Pues cómo podría mancharle la muerte, cuando lo que tocaba adquiría vida al instante? Toca los ojos de ciegos y ven, pues Él es la Luz; toca la boca de los mudos y en seguida hablan, pues Él es la Palabra; toca los oídos de los sordos y oyen sin demora, pues Él es la Voz; del mismo modo palpa con la mano a los cojos y corren, pues Él es la Fortaleza. En suma, toca cualquier clase de enfermos, sin excepción, y los cura, pues Él es la Salud; absuelve a los reos, pues Él es la Inocencia; manumite la esclavitud de los pecados, pues Él es la Libertad; hace volver de los infiernos, pues Él es la Resurrección; lleva a lo cielos, pues Él es el Rey; despierta a los muertos, pues Él es la Vida; en resumen, Él es aquello mismo que hace y no deja de hacerlo, a no ser que la misma obra, que fuera a realizar, sea posible por la misma naturaleza».
(Gregorio de Elvira, Tractatus XIX, parágrafos 17-18)
Enviado por Antonio Reyes
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