En el cristianismo, por lo que a la doctrina atañe, el individuo tenía que estar determinado por la totalidad de los creyentes; tenía que serle imposible formársela por sí mismo. El principio interno de vida cristiana, la fuerza interna de la fe, sólo del conjunto o totalidad la recibió cada uno, y, en este sentido, todos los creyentes, desde los apóstoles, forman, a través de los tiempos una unidad.
(J. A. Möhler, La Unidad en la Iglesia, 121).
(J. A. Möhler, La Unidad en la Iglesia, 121).