¡Oh tú, estudiante! Escucha a Quevedo
La experiencia me dice que antes de iniciar un estudio o investigación, es muy útil pararse a organizar, plantear y pensar. No suele sacar más fruto el que más horas echa, sino el que mejor las aprovecha. De ahí que sea muy útil aprender técnicas y recursos. A los que comienzan su itinerario (tesinas o tesis) les recomiendo el siguiente libro:
BOOTH, Wayne C., Gregory G. COLOMB, and Joseph M. WILLIAMS, The Craft of Research (Chicago, 2003, 2ª edición) 344 p. (http://www.press.uchicago.edu/cgi-bin/hfs.cgi/00/15691.ctl). A mí me ha sido muy útil para plantear bien la investigación y no caer en errores importantes (cómo orientar las búsquedas de datos, cómo perfilar el tema de tesis, cómo revisar, cómo descubrir los fallos en la argumentación). Además es muy fácil de leer -hasta divertido porque tiene cantidad de ejemplos jocosos- y económico (15 $ más gastos de envío). Está también el libro de Umberto Eco, traducido al español, que no he manejado.
En un segundo nivel, me parece importante no sólo reflexionar sobre las técnicas y procedimientos de nuestro estudio que buscan optimizar el esfuerzo, sino también preguntarnos por la "mística" de nuestra investigación (palabra religiosa un tanto vaciada de sentido aquí, pero que quiere remitir a las motivaciones hondas y realidad últimas que nos mueven). Un investigador motivado, realista y con fe -en lo que emprende- alcanzará frutos mejores. No pretendo hacer aquí un "sermón" sobre la mística del estudio. Prefiero ofreceros un poema de Quevedo que ilustra el tema y hacer algunos comentarios:
Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.
Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef, docta la Imprenta!
En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de QUEVEDO, El Parnaso español (1648). Polimnia: Musa II.
El estudiante como eremita. No nos engañemos. Si uno quiere avanzar de verdad en el estudio, debe pasar muchas horas concentrado y en soledad. Al decir de Quevedo, el que estudia en profundidad habita "desiertos" y "vive entre difuntos". El que rehuye soledades, desengáñese, que olvide estos páramos.
El estudiante encuentra amigos inesperados. Pero el estudio, de algún modo, también se parece a un foro romano. Uno, como ciudadano que busca la verdad, escucha el discurso de muchos políticos y maestros e intenta discernir el más convincente. No importa que estos voceros estén vivos o muertos. Los libros nos reportan la enseñanzas de sabios de todos los tiempos. Así, estudiar es ya comenzar a participar de la resurrección ya que, "escuchamos con los ojos a los muertos", conversamos con nuestros difuntos más egregios. ¿Quién ha leído el Principito y no se siente un poco amigo de Saint-Exupéry? Sí, siempre fue prudente la madre que quería buenas compañías para su hijo. Estos maestros lo son.
El estudiante como buscador de justicia y felicidad. Quevedo, miembro de una sociedad en la que siempre se moría antes de tiempo, sabe que "en fuga irrevocable huye la hora". Ciertamente es necesario aprovechar bien el tiempo. ¿No será que con tanto leer lo desperdiciamos? Quevedo responde, aunque enterremos nuestra vida aprendiendo, el estudio que nos mejora es "el mejor cálculo". Fijaos, Quevedo habla a lo largo del poema en primera persona singular. Pero en el último verso, amplia al plural: "Que en la lección y estudios nos mejora." O sea, el estudio no sólo debe mejorar al estudiante -haciéndolo más sabio y paciente- sino también a los demás. El estudiante verdadero sabe que en el fondo investiga por vocación -llamada- y que esta vocación tiene como objetivo hacer que este mundo sea un poco más humano, justo y feliz. Su estudio debe aportar algo a los otros, aunque sea poco. Pero algo que haga mejor nuestro mundo. Es maldición proverbial: El que estudia sólo por alcanzar fama, lograr títulos o ganar dinero, sentirá que los difuntos "muy vivos" con los que conversa y a los que estudia terminarán por callar.
Álvaro Pereira
BOOTH, Wayne C., Gregory G. COLOMB, and Joseph M. WILLIAMS, The Craft of Research (Chicago, 2003, 2ª edición) 344 p. (http://www.press.uchicago.edu/cgi-bin/hfs.cgi/00/15691.ctl). A mí me ha sido muy útil para plantear bien la investigación y no caer en errores importantes (cómo orientar las búsquedas de datos, cómo perfilar el tema de tesis, cómo revisar, cómo descubrir los fallos en la argumentación). Además es muy fácil de leer -hasta divertido porque tiene cantidad de ejemplos jocosos- y económico (15 $ más gastos de envío). Está también el libro de Umberto Eco, traducido al español, que no he manejado.
En un segundo nivel, me parece importante no sólo reflexionar sobre las técnicas y procedimientos de nuestro estudio que buscan optimizar el esfuerzo, sino también preguntarnos por la "mística" de nuestra investigación (palabra religiosa un tanto vaciada de sentido aquí, pero que quiere remitir a las motivaciones hondas y realidad últimas que nos mueven). Un investigador motivado, realista y con fe -en lo que emprende- alcanzará frutos mejores. No pretendo hacer aquí un "sermón" sobre la mística del estudio. Prefiero ofreceros un poema de Quevedo que ilustra el tema y hacer algunos comentarios:
Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.
Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef, docta la Imprenta!
En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquélla el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.
Francisco de QUEVEDO, El Parnaso español (1648). Polimnia: Musa II.
El estudiante como eremita. No nos engañemos. Si uno quiere avanzar de verdad en el estudio, debe pasar muchas horas concentrado y en soledad. Al decir de Quevedo, el que estudia en profundidad habita "desiertos" y "vive entre difuntos". El que rehuye soledades, desengáñese, que olvide estos páramos.
El estudiante encuentra amigos inesperados. Pero el estudio, de algún modo, también se parece a un foro romano. Uno, como ciudadano que busca la verdad, escucha el discurso de muchos políticos y maestros e intenta discernir el más convincente. No importa que estos voceros estén vivos o muertos. Los libros nos reportan la enseñanzas de sabios de todos los tiempos. Así, estudiar es ya comenzar a participar de la resurrección ya que, "escuchamos con los ojos a los muertos", conversamos con nuestros difuntos más egregios. ¿Quién ha leído el Principito y no se siente un poco amigo de Saint-Exupéry? Sí, siempre fue prudente la madre que quería buenas compañías para su hijo. Estos maestros lo son.
El estudiante como buscador de justicia y felicidad. Quevedo, miembro de una sociedad en la que siempre se moría antes de tiempo, sabe que "en fuga irrevocable huye la hora". Ciertamente es necesario aprovechar bien el tiempo. ¿No será que con tanto leer lo desperdiciamos? Quevedo responde, aunque enterremos nuestra vida aprendiendo, el estudio que nos mejora es "el mejor cálculo". Fijaos, Quevedo habla a lo largo del poema en primera persona singular. Pero en el último verso, amplia al plural: "Que en la lección y estudios nos mejora." O sea, el estudio no sólo debe mejorar al estudiante -haciéndolo más sabio y paciente- sino también a los demás. El estudiante verdadero sabe que en el fondo investiga por vocación -llamada- y que esta vocación tiene como objetivo hacer que este mundo sea un poco más humano, justo y feliz. Su estudio debe aportar algo a los otros, aunque sea poco. Pero algo que haga mejor nuestro mundo. Es maldición proverbial: El que estudia sólo por alcanzar fama, lograr títulos o ganar dinero, sentirá que los difuntos "muy vivos" con los que conversa y a los que estudia terminarán por callar.
Álvaro Pereira
Desilusión
- Pocos son capaces de expresar con justicia opiniones que difieran de los prejuicios de su contorno social. La mayoría no se atreve ni a elaborarlas.
- La primacía de los tontos es insuperable y está garantizada para siempre. Su falta de coherencia alivia, empero, el terror de su despotismo.
- Para ser primer miembro perfecto de un rebaño de ovejas, se debe ser, sobre todo, una oveja.
(Einstein - Aforismos para Leo Bae)
- La primacía de los tontos es insuperable y está garantizada para siempre. Su falta de coherencia alivia, empero, el terror de su despotismo.
- Para ser primer miembro perfecto de un rebaño de ovejas, se debe ser, sobre todo, una oveja.
(Einstein - Aforismos para Leo Bae)
La Unidad de la Iglesia
En el cristianismo, por lo que a la doctrina atañe, el individuo tenía que estar determinado por la totalidad de los creyentes; tenía que serle imposible formársela por sí mismo. El principio interno de vida cristiana, la fuerza interna de la fe, sólo del conjunto o totalidad la recibió cada uno, y, en este sentido, todos los creyentes, desde los apóstoles, forman, a través de los tiempos una unidad.
(J. A. Möhler, La Unidad en la Iglesia, 121).
(J. A. Möhler, La Unidad en la Iglesia, 121).
Razón y fe
Lo que la «prostituta razón» realiza fuera de la fe es tan necesario como inaceptable; prepara kantianamente el camino a la fe; se critica y se limita a sí misma y reconoce así su incapacidad para percibir el objeto de la fe, es decir, el «Cristo histórico»
(H. U. Von Balthasar, "Gloria, I. La percepción de la forma", 477)
(H. U. Von Balthasar, "Gloria, I. La percepción de la forma", 477)
El relojero del Universo
Al inspeccionar un reloj, percibimos que sus diversos componentes se juntaron y encajaron con un propósito. La inferencia que hacemos es automática: que el reloj necesariamente tuvo un fabricante. Asimismo, el universo necesariamente tuvo un diseñador. Ese diseñador necesariamente fue una persona. Esa persona fue Dios.
(William Paley, Teología Natural, 1802)
(William Paley, Teología Natural, 1802)
El hombre como expresión del misterio de Dios
"... si está vedado al hombre tenerse en poco, pues entonces tendría en poco a Dios, y si este Dios sigue siendo el misterio insuprimible, entonces el hombre es por toda la eternidad el misterio expresado de Dios, que participa por toda la eternidad del misterio de su fundamento".
K. Rahner, Curso fundamental sobre la fe, 267.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)